37.5 segundos de tu último beso
Decirte que no, habría sido más fácil que oírtelo decir. Duele duro aquí en el corazón, no que no lo esperara, no ahora, quizá nunca.
Es por eso que te pido este un último beso. No muy largo, ni muy corto. Solo de 37.5 segundos a partir del contacto de mis secos labios con el plomo de lápiz labial en tu carnosa boca. Sin preámbulos, más que el abrazo bajo nuevas condiciones, suave, fuerte, intenso, hasta que pueda sentir tu respiración tras mi oreja izquierda y tu palpitar en mi esternón presionado por tu pezón derecho.
Sin prejuicios de lo que fue, de lo que no fue, mucho menos de lo que –sabemos– no será. Que me mires a los ojos, con la otrora sensación de mariposas, que lloremos con los huesos por lo que se fue, por lo que se quedó, por lo que –supongo– nunca sabremos donde está.
Que me prestes hoy tus labios, para mí, y que tomes hoy los míos en vendaje. Ni fuerte, ni suave, sin lengua, ni tanto. Solo quiero sentir la magia de tu aliento el contacto químico –que conozco– que te estremece el espinazo en lira y se despedaza en la caída libre de mis timbales.
15 segundos para sentir en tu infaltable Chicle Clorets, el recuerdo que existías antes, antes que se echaran cosas a perder –y a ganar-. Para asegurar que tu mirada me persiga en los insomnios, tus sonrisas tiernas, y tus carcajadas estrepitando como el eco de chiflones, confundidos con los gritos de extraviados pescadores, allá en la oscuridad intensa, por donde sale la Chilica.
15 segundos para confirmar que nadie puede amar –o dejar de hacerlo– de la noche a la mañana, a la tarde, a la noche, a la otra. Para olvidarte entre las piernas de otra chica, tus quejidos con los suyos, sepultarte en el halo de su vientre y revivirte en el beso de sus labios –este beso-.
7 segundos para envejecer contigo, recordar que aún vives, en algún lugar, y olvidar que ya no estás conmigo –no en mi espacio-, sí en mi tiempo. Que me extrañas, que me olvidas, en tus rizos, con el tinte que el momento quiso, con las canas que infalible existen. Para tocarte en la piedra de mi tórax, revivir tus uñas por los ríos de mi espalda, en el límite del trazo, aunque ya no existas.
Medio segundo para ese día –o la noche-, cuando el latido llegue al tope, y justo allí, cuando la sangre no alimente ya mis vasos capilares, y mis labios se vuelvan secos, fríos porque ya no viven…
Pueda sentir, de este lado –y del otro-, por última y primera vez, la mismísima sensación de este beso.
Perdón por los niños que vistan el blog. Fue sin querer queriendo.
Gracias Angela. Yo te leo también por allá.
Saludos
Buenisimo, simplemente de fantasía.
Simplemente delicioso ese beso…
Saludos!
Te sigo leyendo!
si… menos que mal. Seguro que estas cosas pasan desde aquí hasta el otro lado del Lempa.
menos mal que es un blog de geomatica
jaja, que perverso que eres.
En realidad ya había modificado algo del contenido para quitarle la categoría R
Me he sentido ofendido leyéndolo…